Los humanos tendemos a crear extrañas contradicciones. Una muy curiosa se da con la ortiga. Esta planta está catalogada por el mundo de la jardinería como una mala hierba y ha sido arrancada sistemáticamente de campos y jardines. Sin embargo, se trata de una de las plantas más saludables y con más posibilidades terapéuticas que nos regala la naturaleza. La lista de beneficios que puede aportar a nuestra salud es interminable y, entre ellos, podríamos destacar sus cualidades antisépticas, antiinflamatorias, astringentes, desintoxicantes, antirreumáticas e hipoglucemiantes. Y todo esto sin provocar ningún tipo de efecto secundario. Bueno, en realidad, sí que tiene un pequeño inconveniente: sus hojas están recubiertas de unos pelillos muy urticantes, que pueden causar reacciones alérgicas de diferente intensidad al tocarlas. Sin embargo, esta peculiaridad no debería desanimar a los cocineros más audaces, ya que el efecto irritante desaparece a las 12 horas de recolectada o una vez que la hemos hervido, secado o cortado en trocitos.
El efecto irritante desaparece a las 12 horas de recolectada o una vez que la hemos hervido, secado o cortado en trocitos.
Ortigas en la cocina
La utilización de la ortiga en la cocina no es nueva. De hecho, hay constancia escrita de su uso culinario y medicinal desde mucho antes de la Edad Media, aunque la tradición de su consumo se ha ido perdiendo poco a poco. Esto en parte es debido a que solo podemos conseguirla fresca si la recolectamos nosotros mismos. Para quienes no tengan esta posibilidad, siempre queda la opción de utilizar ortiga seca, que nos permite elaborar infusiones o dar un toque saludable a sopas y guisos sin cambiarles excesivamente el sabor.
Si la conseguimos fresca, disfrutaremos de una verdura de sabor suave, que recuerda mucho al de la espinaca, aunque sin ese regusto amargo del final. Con ella podemos elaborar nutritivas cremas, purés, tortillas e incluso pizzas. También podemos consumirla en ensalada, tras dejar las hojas unas horas en remojo y picarlas muy bien. Si lo que queremos es incluirla en alguna cura depurativa, en especial después de época de excesos, la mejor manera de tomarla –tanto seca como fresca– es en forma de caldos, a los que podemos añadir también apio, cebolla y limón. Por cierto, las semillas de la ortiga también son comestibles, muy sanas y pueden ser consumidas frescas o ligeramente tostadas.
Las semillas de la ortiga también son comestibles, muy sanas y pueden ser consumidas frescas o ligeramente tostadas
Recolectar ortigas frescas
No hace falta decir que, para manipular y recoger ortigas, debemos ir equipados con unos buenos guantes gruesos de goma que nos protejan de sus irritantes pelillos. Para disfrutar de las mejores ortigas debemos recoger solo los ejemplares más jóvenes y tiernos y, a ser posible, antes de que hayan florecido. Además, conviene que evitemos las plantas que crecen al borde de carreteras, dentro de núcleos urbanos o de campos de cultivo donde se usan plaguicidas, ya que su poder depurativo se traslada a su entorno y nos arriesgamos a tomar plantas cargadas de residuos químicos.
Componentes de la ortiga
Las hojas de la ortiga constituyen un buen reconstituyente tanto por su riqueza en vitaminas A, C, B2, B5 y ácido fólico, como por su aporte en minerales, entre los que destacan el hierro, el calcio, el silicio, el magnesio y el zinc. Importantes son también sus altos niveles de carotenoides y flavonoides, que le añaden propiedades antioxidantes, y su gran contenido en clorofila, que tiene mucho que ver con sus efectos depurativos. Todo esto la convierte en una planta muy diurética, que nos ayuda a eliminar toxinas de nuestra sangre y que puede incluso servir como purgante tras sufrir una intoxicación alimenticia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario